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Pomporerá

Este es un cuento virulento, virulento de pomporerá. ¿Acá está? ¡¡No!! ¿Dónde está?

¡¡Aquí!! Y el cuento comienza así...

Un día, Ramón le gritó, desde atrás de una planta, a su prima Julia:

- ¡Julia, cara de lluvia!

- ¡Quién habla! ¡Ramón, cara de ratón! ¡Ramón, el panzón…, el que toca el bandoneón!

- ¡No vale, tu nombre es mucho más difícil que el mío para hacer rimas! ¡No sigas!

- Tú fuiste el primero –dijo Julia.

- ¡Patas de tero! –contestó riendo Ramón.

- Bueno, ¡basta! ¿A qué jugamos?

- No sé...

- ¿Quieres jugar a la rayuela?

- No me acuerdo mucho… Además, es juego de mujeres.

- ¡No seas tonto, no es sólo de mujeres! Yo te enseño, pero antes voy adentro a buscar una tiza.

Con la tiza, Julia empezó a dibujar en la vereda y, a medida que lo hacía, le iba explicando...

- Aquí, debajo de todo, está la Tierra –y dibujó una especie de redondel-; después, hay que hacer tres cuadrados: uno, pegado a la Tierra, y los otros, hacia arriba, cada uno separado del otro por una línea. Luego, vienen dos más grandes, uno al lado del otro, separados por otra línea. Arriba, otro cuadrado, como los tres anteriores; luego, otros dos más, como los que están uno al lado del otro y, por último, antes de dibujar el cielo con un redondel grande, dos cuadrados más, uno arriba del otro.

- ¡Ahora sí me acuerdo, había que tirar un tejo! –dijo Ramón.

- Claro, te paras en la Tierra y, desde allí, lo tiras al primer cuadrado; tiene que caer adentro y no tocar las líneas. Después vas saltando en un pie, salteando el cuadrado donde está el tejo, y vas recorriendo todos los cuadrados sin pisar las líneas. Así, hasta llegar al cielo.

- ¿Y qué pasa si el tejo toca la línea? Porque, en ese caso, no va a estar ni adentro ni afuera...

De repente, Ramón advirtió que estaba hablando solo.

–¡Espera –gritó Julia desde adentro de la casa-, vine a buscar tizas de colores!

“¿Para qué las necesitará?” –se preguntó Ramón.

- Empieza tú –dijo, apenas su prima regresó con las tizas.

- Hola, yo también juego –se sumó Agustina, una amiga de ellos que pasaba por ahí.

- ¿Me dejan jugar? –preguntó Pancho, que venía de hacer los mandados en el mercado de la esquina.

- ¡Dale! -respondieron todos.

Y, así, los cuatro comenzaron a jugar.

Cuando le tocaba el turno a Ramón, la mayoría de las veces el tejo caía en la línea.

- ¿Y ahora qué pasa? –preguntó.

- Pierdes –contestó Julia.

- No vale, a mí nadie me lo dijo –protestó Ramón.

- Las reglas de los juegos se averiguan antes de jugar; además, dijiste que sabías jugar –opinó Julia.

- Yo no dije que sabía jugar, dije que me acordaba, que no es lo mismo –replicó.

- Bueno, no se enojen –interrumpió Pancho–. Lo mejor que podemos hacer es ir a tomar la leche chocolatada y torta que hizo mi mamá; después averiguamos lo que le preocupa a Ramón y volvemos a jugar.

Y así, comiendo y bebiendo, este cuento fue concluyendo.